22 de mayo de 2012

Utopía

En los días del diluvio
te encontré entre el griterío,
entre el frío, los efluvios
y las calles como ríos.
Se hundía la ciudad gris
de un sueño y ningún país.

Capitana de aquel barco
condenado a naufragar,
querías ser charco en el charco,
caracola de la mar.
Qué pensamiento rotundo,
querer ver el fin del mundo.

Como todos, yo escapaba
a un rascacielos o un monte,
y fue tu rostro una traba,
¿qué tendría el horizonte
que debió de congelarte?
¿Cómo no intentar salvarte?

Pero entonces ocurrió:
me clavaste las pupilas
y me dijeron que no.
Dos témpanos o dos lilas,
fui Abel y ellas Caín.
Qué sombría naturaleza,
qué maldita la belleza
y prematuro este fin.

No llegaron a mi oído
las palabras que se ahogaron,
ni hallé caminos perdidos,
u hogares que se soñaron.
Siguieron en pie los muros,
seguía en blanco el futuro.

Aún después de aquel día,
sólo quedó la promesa
de los hijos que vendrían,
que la Historia sigue ilesa:
le dio muerte quien la fragua,
siempre renace del agua.

Y seguirán como ciegos,
perdido el norte y sin faros,
quemados por este fuego
hasta que encuentren un claro
en el bosque del error,
que es aquello que has negado
a quien quedó en el pasado:
acaso un destino mejor.

Seguiremos como ciegos,
sin camino ni otro amparo
que el de la suerte y su juego,
siempre libres sin reparos
en esta selva sombría,
a solas con nuestro empeño,
donde nos sobran los sueños
porque falta la utopía.

2 comentarios:

  1. Es precioso, es lo primero que leo de este blog, y te encontré por Jose(un amigo común) seguiré leyendo.

    Un saludo.

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  2. ¡Muchas gracias! Encantado de recibirte por aquí.

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