11 de septiembre de 2011

Entre el día y la noche

Atardece y me preguntas
qué hay en ti de atardecer,
cómo eres playa y mujer,
esa culpable presunta
de herir a un sol que se ayunta
con este mar de cristal,
sol tan ávido de umbral
que, con su último temblor,
se convierte en el pintor
de esta tarde en el final.

Blanca la mano que mece
las aguas de la ceniza
donde este sol agoniza,
donde ante ti comparece,
helado como otras veces
por tu corazón de nieve,
corazón blanco y tan leve
que una sola palabra mía
pronunciada lo mancharía:
calle mi boca si debe.

Rojo allí en esa frontera
derramada y confundida
entre la noche y la vida,
entre el día y "la postrera...",
La esperanza traicionera,
ni cobarde ni valiente,
ocurre que a veces miente:
no es sino un oscurecer
disfrazado de tu ser,
que nos aguarda impaciente.

Dorado quebrando el cielo,
estallido cegador,
abriga el viento un candor
en su presuroso vuelo,
y así embriaga todo anhelo.
Esta vida es un momento,
todo es efímero y siento
que todo debe cesar,
el techo se ha de voltear,
se apague el astro y el aliento.

Azul como este nadar
entre sueños encallados,
murmullos de mi costado
que el agua habrá de callar
para que oiga ecos de mar,
las voces del vasto vacío
cuyo cuerpo ahora uno al mío.
Nada soy si no es en ti,
nunca en vida distinguí
río en mar, ni lluvia en el río.

Yo tan día, tú tan ocaso,
tú mi mar y mi deceso,
descansen allí mis huesos
en este horizonte raso,
hallen luz, tu paz acaso,
que vendrá la noche luego
para que vuelva aquel juego
en que contabas estrellas,
yo ya insomne y tú tan bella,
mi dolor, mi aire, mi apego.

No despertará otro día
en esta noche por densa,
me cubrirá tan extensa
como el mar que la traía.
No entrarán por celosías
ni blanco, rojo o dorado
ni azul, los ojos cerrados.
Te encontré y ya no te vi,
y te abracé y me extinguí,
y fui sombra y fui pasado.