7 de marzo de 2013

Así como los laicistas propugnan que el Estado no ha de tener religión alguna —porque no debe tenerla—, nosotros defendemos fervientemente que el Estado no ha de tener estética. Nosotros afirmamos que la estética, como la religión y el sexo, pertenece a la esfera privada; no creemos en los himnos, ni en las banderas, ni en los uniformes, ni en los cánticos regionales, ni en poetas ni pintores oficiales. Los himnos oficiales son una mierda horrenda, no por himnos, sino por oficiales. El himno no es de un país, el himno es de su autor. Si quieres destruir una obra de arte, encadénala a un Estado y dejará de ser un fin en sí mismo para convertirse en un mero ornamento, un mero instrumento de sus intereses. Admitimos a los países y regiones pero en modo alguno admitimos las patrias. La nación tiene un nombre, pero no tiene identidad; el Estado ha de garantizar nuestro derecho a la Belleza, pero nunca se hará dueño de una belleza en particular. Los estados no crean nada, sólo el individuo puede manejar los resortes del arte, sólo al individuo le pertenece la libertad para crear.
            Nosotros creemos en un arte que no sirva para nada ni sea utilizado como medio para ninguna causa, buena o mala, nosotros condenamos al arte como moneda de intercambio o como estandarte del imaginario colectivo. Tampoco ha de ser usado el arte como medio de propaganda política ni como forma de difusión de ideas que no son arte en sí mismas.

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