20 de febrero de 2012

Ahora podemos entender mejor el abismo que separaba a Sabina de Franz: él escuchaba con avidez la historia de su vida y ella lo escuchaba a su vez con la misma avidez. Comprendían con precisión el significado lógico de las palabras que se decían, pero no oían en cambio, el murmullo del río semántico que fluía por aquellas palabras.
Por eso cuando se puso el sombrero de hongo delante de él, Franz se quedó descolocado, como si alguien le hubiera hablado en un idioma extranjero. No lo encontraba ni obsceno ni sentimental, era sólo un gesto incomprensible que lo descolocaba por su carencia de significado.
Mientras las personas son jóvenes y la composición musical de su vida está aún en sus primeros compases, pueden escribirla juntas e intercambiarse motivos (tal como Tomás y Sabina se intercambiaron el motivo del sombrero de hongo), pero cuando se encuentran y son ya mayores, sus composiciones musicales están ya más o menos cerradas y cada palabra, cada objeto, significa una cosa distinta en la composición de la una y en la de la otra.

Milan Kundera, La insoportable levedad del ser

8 de febrero de 2012

Hoy al tiempo lo recibo en mi casa,
como al hijo pródigo que regresa
para traer su mentira inconfesa,
su bello antifaz de sonrisa falsa.

Mañana una promesa es desengaño,
y al ayer nunca debieras volver;
no hay jueces que nos puedan absolver
de hacer a la vida esperar un año,

ni cuerpo ha nacido aún que lo aguante,
ni arderá la juventud en tal día.
Tú estás donde será, yo donde era antes,

vivimos en la misma fantasía.
Busco detrás y tú buscas delante,
a la larga tu rostro encontraría.