15 de agosto de 2011

Tengo huracanes que ululan en sueños
cuando duermen en el lecho de tus pupilas,
y una llave de plata perdida en la sima
que se abre en los yermos páramos de mi tiempo.

También raíces que clavan mis manos
a un madero en cruz que se dibuja en tu vientre,
y una sonrisa de Cheshire en las paredes
del ataúd con los otoños que he olvidado.

Faros que no me alumbraron tu orilla
proyectan una sombra en el mar aledaño,
donde en su bote de poesía va a la deriva

la voz que se apaga contra un viento salado,
la palabra que late en la insidiosa herida:
el verso que cual grito ha de morir ahogado.

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