2 de junio de 2010

Es horrible el fuego. Cada árbol que se quema también acerca las llamas a su vecino, y así es a la vez el fin y el medio, la víctima y el cómplice del aire asesino. A veces el viento sopla con fuerza, aviva las llamas y agita las copas de los árboles; y una nube de hojas y ramitas incandescentes sale volando hasta otro lugar del bosque, algo como un enjambre de bichos endemoniados de color rojo y negro, los propagadores de la muerte, los agentes de la metástasis. Qué enfermedad fatal. Qué dorada y cálida epidemia de calcinación.

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